El bukkake era un castigo para mujeres infieles
junio 28, 2016
Lo bueno de tener que investigar sobre sexo es que de repente también te topas con un montón de apuntes históricos con los que te vas haciendo una idea de por dónde han ido las cabezas a lo largo de los siglos. Afortunadamente no somos los primeros que sentimos la sexualidad como uno de los ejes de nuestra vida; si acaso, somos de los primeros que podemos reconocerlo.
No es lo mismo.
Que el sexo nipón es en sí un filón ya lo hemos hablado. Lo sublime es que esto les venga de lejos. Si ahora chuleamos de haber superado el tema de las orgías, del sexo en grupo en general y con público en particular, sepan que los japoneses fueron capaces de tener entre sus condenas determinadas prácticas sexuales de la que ahora incluso se dan clases. Eso ocurre con el bukkake.
En el siglo VII a. C. el bukkake era un castigo para humillar a las mujeres casadas que eran infieles
Sitúen a varios hombres a los que una sola persona estimula, normalmente una mujer, hasta que estos llegan al orgasmo y eyaculan sobre ella. A esa corrida multitudinaria se le llama bukkake y alcanza la máxima expresión cuando se consigue que los hombres eyaculen a la vez o al menos sucesivamente. Para todos nosotros es un género pornográfico fácilmente localizable: basta teclear delante de un ordenador la palabra de marras.
Pues bien, en el siglo VII a. C. el bukkake era un castigo que se infligía a las mujeres casadas que eran infieles. Se hacía así porque se consideraba un acto altamente humillante, con el que se dejaba constancia de la pena que debía pagar una mujer que, a ojos de todos, se había humillado tanto a sí misma como para haberse entregado a otro hombre. Así que el castigo era denigrarla delante de todo el mundo.
A mediados de los 90 y, debido a la censura impuesta en Japón para las exhibiciones pornográficas, como no se podía mostrar nunca el sexo de los participantes en las escenas de sexo, los japoneses empezaron a grabar sesiones en las que rescataron el bukkake. Era una forma de mostrar sexo explícito sorteando la censura. Por mucho que se taparan los órganos genitales de los protagonistas de la escena, la eyaculación a ojos de todos aportaba el dramatismo necesario para satisfacer al público. Un recurso cinematográfico que ha pasado directamente a nuestras camas; ya poco nos extrañamos cuando el hombre termina la faena sobre su amante.
Y ahora se dan clases. Musa Libertina lo hace desde hace años. Según afirma, hay que tener práctica en hacer felaciones y masturbar a la vez para conseguir un buen bukkake. Recordemos que la perfección llega cuando se consigue que los hombres eyaculen más o menos al mismo tiempo. Para eso hay que excitarlos también a la vez. Y, por supuesto, la profesora cobra por sus clases que imparte asiduamente.
El sexo ha sido una referencia constante a lo largo de la historia, si bien no siempre hemos tenido la suerte de que nos hayan llegado las suficientes referencias al respecto. Menos mal que últimamente la historia también habla de sexo.
Soledad Galán, por ejemplo, acaba de sacar a la luz su último libro El diablo en el cuerpo. En este homónimo de la gran obra de Raymond Radiguet, la autora describe la vida amorosa y sexual de la reina Isabel II, casada a los dieciséis años con un primo carnal del que llegó a decir que era imposible tener sexo con él puesto que «en la noche de bodas llevaba más puntillas que yo».
A la borbona, el goce, el deseo y la pasión la alimentaron y motivaron hasta el punto de que el hecho de que tuviera tantos amantes, la hicieron poseedora del sobretítulo de «la reina ninfómana», machista definición de la que ella se defendió con uñas y dientes desde su destierro en París argumentando que solo se lo reprochaban por ser mujer. El resto de monarcas tenían también un montón de amantes a su alrededor, pero se les perdonaba única y exclusivamente por ser hombres. El machismo de nuestra sociedad viene de lejos.
El machismo de nuestra sociedad viene de lejos. ¿Si no de qué el término «ninfómana» carece de versión masculina?
Si creen que fue la única mujer con poder a la que se le atribuye semejante disposición sexual, es que no conocen la historia de Catalina II de Rusia, Catalina la Grande. Emperatriz durante 34 años, no solo se hizo famosa por su ferocidad ante las batallas y por ser una gran estratega. Se le adjudican también decenas de amantes, hasta el punto de hacerse referencia a una habitación, justo al lado de sus aposentos, por la que desfilaban amantes cada vez más jóvenes y más acordes a sus gustos, con los que tenía relaciones continuamente. Su colección de falos para masturbarse, objetos de decoración fálicos y explícitamente sexuales y toda esa libertad sexual, la hicieron poseedora además de una curiosa (y demoledora) leyenda negra.
A pesar de que los libros de historia se empeñan en situar su muerte en la bañera víctima de una apoplejía, no son pocas las referencias que la describen como una gran amante de los caballos en toda la expresión de la palabra: en el museo del sexo de Barcelona exponen el fin de sus días en las cuadras de palacio, aplastada por un pura sangre con el que la emperatriz mantenía relaciones sexuales.
A ver quién es el valiente que cambia los libros de texto ahora.
Por: Cecilia Blanco
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