¿La venganza se sirve fría?

abril 14, 2016





“La venganza es un platillo que se sirve frío”, dice el refrán popular, pero ¿Realmente nos hace bien vengarnos de alguien?

Cuando nos pasa algo malo (o a un ser querido), podemos pensar que la única manera de cerrar el asunto es restituir el daño causado mediante la venganza. Y no es precisamente así.
Todos hemos experimentado, al menos una vez en la vida, esa “sed de venganza” que aparece cuando nos hacen daño, cuando se comete una injusticia o cuando somos víctimas de una humillación. Parece que es más fácil acumular odio y querer vengarnos que aprender a perdonar.

Otro de los refranes populares que tienen que ver con la venganza es: “ojo por ojo, diente por diente”. También podríamos hablar de uno que dice “ojo por ojo, el mundo se quedará ciego”. Y este último es totalmente verdadero. Si nos sentimos con el derecho de contragolpear frente a un daño, nunca nos sentiremos mejor. Porque esa acción no soluciona las cosas, sino que las empeora.

Desde hace cientos de años se ha hablado de la venganza como algo inconsciente y negativo al mismo tiempo. Claro, porque experimentar ese deseo de golpear, de contestar, de retrucar o de “hacer pagar” al que hizo algo va más allá de la justicia, al menos de una justicia que imparte alguien imparcial. Creemos que golpeando, contestando, retrucando o haciendo pagar nos sentiremos mejor, aunque eso está muy lejos de la realidad.

Confuccio explicó por qué tomar venganza es malo con una frase que vale la pena conocer: “antes de embarcarte en el viaje de la venganza, cava dos tumbas”. Una es para la persona de la que nos vamos a vengar y la otra, para nosotros mismos.

No nos damos cuenta de las repercusiones de la venganza porque se trata de un instinto profundo y visceral. Está demostrado que algo instintivo no siempre lleva a buen puerto, porque no nos permite pensar con claridad.

Los sociólogos, que analizan los comportamientos de las personas a través de  la historia, dicen que la venganza tiene una función de protección dentro de una comunidad. Es decir que podría ser uno de los tantos mecanismos de defensa que tenemos “en catálogo” para no afrontar lo que pasa realmente o para evitar enfrentamientos donde podemos acabar más lastimados.

Salvo en contadas excepciones, la venganza no nos trae beneficios, sino que sirve para causar dolor a los demás y a nosotros mismos. Y es bueno saber que “venganza” no es un sinónimo de “justicia”, porque la primera esconde sentimientos negativos (como el odio o el rencor) y la segunda tiene que ver con pagar las culpas, tener una condena acorde al hecho cometido, etc.

Esto significa que el objetivo de la venganza no es resarcir el daño que hemos sufrido, sino hacer sufrir al otro. Creemos que de esa manera nos sentiremos mejor, que el dolor del otro aliviará nuestras penas. Nada más alejado de la realidad.

Si has experimentado la venganza seguro podrás afirmar que al finalizar el contragolpe no te has sentido feliz, quizás un poco aliviado en ese momento, pero para nada satisfecho. ¿Por qué? Porque la venganza no nos hace volver al pasado y la herida que nos han causado solo se cura dejándola ir, perdonando y mirando hacia adelante.

Después de ciertos estudios, los psicólogos de las Universidades de Harvard y Virginia se convencieron de que aquellas personas que quieren o buscan la venganza se concentran en sentimientos negativos, como el odio y la ira. Una vez que se han vengado, esta sensación no disminuye, sino que aumenta, convirtiéndose en un “círculo vicioso”, una historia de nunca acabar.

Como conclusión entonces, debemos saber que la venganza no sólo hiere al que nos hizo daño, sino también a nosotros mismos. Si alimentamos la sed de venganza estaremos acumulando sentimientos negativos que nos pueden causar mucho más dolor. Por lo tanto, apostar por la venganza, siempre es perder. No importa si el platillo se sirve frío o caliente, nos terminará cayendo pesado.

Por: Yamila Papa






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